La leyenda de la Llorona en Zacapu
Años después de la conquista, e inicios del Siglo XVII, los vecinos de la encomienda de Zacapu, se recogían a sus hogares apenas la noche tendía su oscuro manto. Cansados de las fatigas del día, cenaban, charlaban un rato en familia y sé iban a dormir. Ya todo era calma y sólo la voz del sereno rompía aquella quietud con su pregón:“¡Las diez! Y sereno”.
Pero dio en suceder que al filo de la media noche y sobre todo cuando la luna era el farol que esparcía su tenue luz sobre el caserío, se escuchaba un larguísimo y triste gemido, lanzado por una mujer a quien de seguro afligía honda pena moral o tremendo dolor físico. Los vecinos del poblado se despertaban aterrorizados, de inmediato se santiguaban y permanecían sin moverse hasta que cesaba aquel terrorífico grito.
La inquietud fue creciendo al mismo tiempo que la curiosidad por saber qué era aquello; y así, hubo quienes vistiéndose de valor husmearon primero los postigos entornados, para descubrir por sus propios ojos una fantástica visión: una mujer, que con su rostro desencajado y largo y vaporoso vestido blanco, lanzaba aquel agudo y tristisimo lamento: “¡Ayyyyyyyy... mis hijoooooooooos!”.
Luego, otros osados vecinos quisieron percatarse por sí mismos y salieron a la calle tras la visión a la que apenas se atrevían a seguir a prudente distancia por las callejuelas y la plaza hasta el cementerio, que entonces estaba frente al templo parroquial de Santa Ana, donde aquella visión, vuelto el rostro hacia el oriente y puesta de rodillas, lanzaba el último angustioso y larguísimo lamento. Puesta en pie, como una sombra se iba desvaneciendo lentamente. El silencio y la soledad volvían al poblado. Y aquellos atrevidos y valientes quedaban mudos, pálidos y fríos.
La gente en sus comentarios dio en llamarla “La Llorona”. La conseja de “La Llorona”, es antiquísima y se generalizó en casi todos los pueblos de la Nueva España, dándole cada uno de ellos su tinte especial.
En Zacapu las crónicas orales, esas que los viejos gustan de contar a los pequeños, se refieren a La Llorona como a una joven, bella e inexperta mujer, a quien las circunstancias difíciles de la vida empujaron a la prostitución. Fruto de su vida pecaminosa fue un embarazo por el que dio a luz unos gemelos.
Como aquellos niños le estorbaban en la vida licenciosa y difícil que llevaba, tomó la determinación de deshacerse de ellos, aumentando en su cuenta el pecado del matricidio.
En una noche de cerrada oscuridad y tormentosa lluvia, la infame y despiadada madre despojó de sus vidas a aquellas inocentes criaturas, como quien se despoja de uno andrajos que le estorban y afean, arrojándolos al caudaloso río Angulo, cuyas aguas al cerrarse tras los pequeños cuerpos, cubrieron aquel pecado ante la justicia humana, pero no ante la justicia divina.
Pasado algún tiempo, aquella mala mujer, víctima de la azarosa vida que llevaba y de los remordimientos con que la atormentaba el implacable juez de su conciencia, murió sola, y abandonada.
Dicen, que al no haber alcanzado aquí el perdón de sus pecados, pues murió sin confesión, al llegar ante la presencia divina, Dios le pidió cuentas, sentenciándola: “No entraras al reino de los cielos si no recuperas a los hijos que arrojaste al río”.
Y desde entonces vaga gritando con plañidera voz: “¡Ayyyyyyyyyyyy mis hijoooooooos, mis pobrecitos hijos, mis desdichados hijooooooooos!”.
Grito penetrante que eriza los cabellos de cuantos la escuchan.